Por: Luis F. Acebedo R
Ahora que el país entró en el cierre de las campañas electorales a la presidencia y que llegó la hora de las definiciones, siento la necesidad de expresar públicamente mis preferencias electorales, así como comienzan a hacerlo muchos intelectuales de la talla de Daniel Samper o William Ospina y medios de comunicación tan influyentes en la opinión pública como El Tiempo. No porque me considere equiparable con los unos, ni mucho menos porque crea que "Caleidoscopios Urbanos" esté al nivel del otro. Sencillamente, por el deseo de contribuir al debate de ideas y especialmente, de promover un voto consiente, basado en los programas y no en el marketing político.
Confieso que mi primera intención fue abstenerme de votar en las presidenciales como lo he hecho durante muchos años de mi vida. Sin embargo, en el desarrollo de los debates mediáticos y en la lectura de los programas de los diferentes candidatos, encontré dos opciones refrescantes y alternantes a la política tradicional colombiana. Esta última reducida al simple papel de demostrar quién puede ser el más fiel seguidor de Uribe y de su tristemente célebre “seguridad democrática”, que tantos beneficios les ha reportado a los latifundistas colombianos y al capital extranjero, pero tantos perjuicios le ha ocasionado a los habitantes desposeídos de las ciudades. Ellos no sólo no tienen posesiones materiales, sino que tampoco pueden ejercer el derecho a la ciudad, por eso son doblemente desposeídos. Sólo les queda la opción de reclamar el escuálido subsidio a la miseria y la indigencia que reparte el programa presidencial "Familias en Acción", base de nuevas y remozadas expresiones de clientelismo electoral.
Antanas Mockus desde una visión de centro representó inicialmente lo que algunos llaman la antipolítica, pero que en sentido más estricto es la política honesta, sin maquinarias y corruptelas. Y adicionalmente, puso el acento en recuperar la cultura, un valor que prácticamente desapareció en los vericuetos de la competitividad empresarial, la promoción de la ilegalidad desde las altas esferas del Estado y las prácticas rentistas de una burguesía cada vez más parásita que está desmantelando el aparato productivo por el nuevo “Dorado” de la especulación del capital financiero e inmobiliario en las bolsas de valores de Nueva York, Frankfort o Japón.
Gustavo Petro, por el contrario, comenzó con ciertos coqueteos al satu quo intentando demostrar que la izquierda democrática estaba depurada de radicalismos y dogmatismos, y por tanto, merecía un lugar en los limitados y restringidos espacios democráticos a los que es posible acceder por cuenta de la militarización de la vida social y la judicialización de la opinión política de los sectores de oposición al régimen. Para no hablar del control de las conciencias a través de las redes de macartismo propagandístico del llamado “Estado de Opinión”.
Pero tanto Mockus como Petro fueron dando giros importantes en sus discursos que han movido las intenciones de voto en una u otra dirección. Mockus se ha desplazado desde el centro hacia la derecha sin ahorrar ningún esfuerzo en demostrar que está más cerca de la seguridad democrática y la confianza inversionista del presidente Uribe y que está dispuesto a obtener los mismos resultados nefastos de su antecesor pero desde la legalidad. Aunque resulta poco legítimo utilizar los viejos argumentos de la estrategia de la “guerra fría” para desacreditar a sus contradictores, insistiendo en la manida tesis de que la izquierda democrática sigue infiltrada por “el terrorismo” sin aportar ninguna prueba para ello. En el campo económico le da un parte de tranquilidad al capital extranjero, argumentando que seguirán abiertas las puertas a los inversionistas interesados en las privatizaciones de los recursos y bienes nacionales, como el caso del petróleo y Ecopetrol, entre otros, con la tesis populista de que los recursos obtenidos serán invertidos en la educación. No se entiende cómo puede avanzar en una política seria de innovación en Ciencia y Tecnología con los recursos limitados de la venta de acciones de una empresa estratégica para los intereses de Colombia.
Petro aparentemente dejó los coqueteos con los partidos tradicionales y sus infantiles deseos de una coalición con sectores políticos que en años anteriores fueron los responsables de las políticas neoliberales de la economía y de los golpes más serios que se le hayan propinado al empleo y la productividad. En su defecto, se concentró en el diseño de una política alternativa de izquierda que propone darle un golpe mortal a las inequidades y a la pobreza urbana y rural mediante una estrategia de recuperación de la producción de alimentos, el castigo a la tierra improductiva y la reconversión industrial apoyado en la Ciencia y la Tecnología. Para mi propia sorpresa, Petro ha planteado elementos de una política ambiental basada en un mayor equilibrio entre sociedad y naturaleza, lo cual ya es bastante significativo, pues la izquierda en Colombia históricamente se ha ocupado poco del tema. Y en materia de Paz, lo más importante es reconocer la existencia del conflicto interno (así se encuentre degradado por prácticas delincuenciales de distintos orígenes), proponer nuevas alternativas de negociación y acatar el Derecho Internacional Humanitario mientras este conflicto persista. Pero la principal estrategia de paz es, sin duda, acabar con el cultivo más importante para las guerras, que es la pobreza y el desempleo en campos y ciudades.
Le concedo una sola razón al candidato Santos cuando dijo que “sólo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. Por eso, he decido votar, y lo haré por Gustavo Petro, para apoyar una propuesta democrática y de izquierda. Mi voto no es un voto militante sino de opinión, y como tal es un voto crítico y condicionado a profundizar los cambios democráticos que Colombia no ha logrado alcanzar en 200 años de independencia pero también de incesantes guerras.
Pues si. Estoy muy de acuerdo y también votaré por Petro ya que del panoramano existe mejor opción. tambien será un voto de opinión. Todo lo demás me produce repugnancia.
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