27 de septiembre de 2009

Caleidoscopio y territorio del conocimiento


Por: Luis Fdo. Acebedo R.


Varias personas me han retado a explicar mi visión caleidoscópica sobre el territorio, entre ellas mi hija, asidua lectora de mis columnas. Para ella van dedicadas estas reflexiones. Aunque estas ideas todavía se encuentran en proceso de maduración, quiero atreverme a arriesgar algunas opiniones para promover la discusión y el debate.
La idea surgió a partir de la necesidad de encontrar una metáfora para explicar el comportamiento del territorio en la sociedad del conocimiento desde una perspectiva sistémica, pero reconociendo la existencia permanente del conflicto. Esto quiere decir que si bien es cierto existen ciertas leyes en su devenir, su característica principal es el movimiento constante, la inestabilidad, el conflicto y la crisis. La acción de la sociedad sobre el territorio, su deseo constante de transformación, está justificada por la búsqueda permanente de un equilibrio, representado en un acuerdo colectivo en torno al deber ser y a su expresión particular sobre la organización del espacio. Allí está representada la utopía. Pero también, su naturaleza conflictual, inestable, dinámica.
El Calidoscopio, en su versión más clásica, es un instrumento en forma de cilindro, construido en su interior mediante tres espejos dispuestos como un prisma. En su interior se depositan unos pedacitos irregulares de cristal de múltiples colores. Con el movimiento circular del objeto y los rayos de luz que ingresan por uno de sus extremos, se multiplica simétricamente la imagen de los cristales en una explosión infinita de imágenes multicolores. Su carácter es sistémico, cada una de sus partes se interrelaciona dentro de unos límites determinados, produciendo composiciones infinitas de acuerdo al movimiento que se realice y a la intensidad de la luz que se filtre por los cristales.
Observando una y otra vez estos efectos, me pregunté cómo podría aplicarse una visión caleidoscópica a la comprensión del Territorio. Y en efecto concluí que la metáfora del calidoscopio ofrece posibilidades más amplias de comprensión de las relaciones complejas del Territorio en comparación con la idea del “collage” y del “fragmento” que se han empleado en estudios precedentes para explicar los fenómenos urbanos y territoriales en la globalización. En efecto, el caos como concepto que expresa una aparente liberalización de fuerzas motivadas por una nueva revolución tecnológica, tiene en el fragmento una explicación de los nuevos fenómenos de actuación sobre las ciudades y el territorio.
Zaida Muxí (2004) sostiene, por ejemplo, que la ciudad de la globalización no puede ser entendida sino a través de su constante fragmentación entre la pobreza excluida y la riqueza excluyente, y las posibilidades de reconstruirse se dan a través del montaje de los fragmentos y realidades yuxtapuestas. En este sentido, ella afirma que el collage deja de ser un mecanismo poético y deviene como el “resultado último del laissez faire de la economía liberal y del libre mercado que redunda en todos los ámbitos culturales y expresivos”.
Por oposición a esa tendencia, creemos que la metáfora del calidoscopio reconoce el fragmento como parte constitutiva de su naturaleza, pero en ningún caso como razón última. Se integra al movimiento constante y a la luz que le imprime energía, pero dentro de unos confines, si se quiere éticos, para consolidar múltiples estructuras sistémicas dentro de un universo casi infinito de posibilidades. Estas últimas, no son expresión de un caos sino de un juego sistémico de aproximaciones sucesivas en donde cada una de las partes interactúa sinergéticamente para encontrar puntos de equilibrio en un ambiente cuya naturaleza es el conflicto.
Los confines del calidoscopio son aquellos principios éticos en los cuales debe enmarcarse el Territorio a nivel urbano y regional. Existe una aceptación teórica casi universal de algunos de ellos, tales como: La Sostenibilidad, la Gobernabilidad, la Productividad, la Equidad Social, entre otros. Sin embargo, ésta no es una constante en los acuerdos colectivos. En nuestras sociedades capitalistas contemporáneas, la productividad es reemplazada por la competitividad, la sostenibilidad se cree alcanzar por un supuesto equilibrio natural de las fuerzas del mercado, la gobernabilidad sede su espacio al autoritarismo, y la equidad social se vuelve una retórica para impedir que los sectores más débiles de la sociedad caigan en la pobreza más extrema, mientras los sectores más dinámicos de la globalización neoliberal acumulan riqueza mediante las triquiñuelas de la especulación financiera.
En esa lucha constante de contrarios, se hacen una y otra vez giros caleidoscópicos para tratar de encontrar un nuevo equilibrio. A veces son sutiles, a veces agudos. Allí están interactuando por lo menos cuatro fuerzas motoras, tiempo, espacio, innovación y movimiento; cada una de ellas girando y girando hasta encontrar ecuanimidad, mesura, sensatez. El territorio es el resultado de la combinación de todas estas fuerzas en función de los principios éticos que asume la sociedad.
El tiempo se pregunta por el momento específico del desarrollo de las fuerzas productivas en una sociedad determinada. El espacio, por las características del lugar. La innovación por el uso de las técnicas y su apropiación social en el trabajo. Y el movimiento, por la velocidad de los cambios y la dinámica que los actores sociales le imprimen.
El territorio del conocimiento en esta nueva sociedad tiene el reto de encontrar su propio equilibrio de fuerzas. Yo diría, su arraigo cultural. Cada ciudad o región debe hacer sus giros caleidoscópicos según sus particulares intereses. El problema de las sociedades más atrasadas es que no han querido tomar la iniciativa, o si lo hacen, siguen un manual de instrucciones, un libreto, a la medida de otras realidades, de otros imaginarios exógenos a las características propias del lugar.


27/09/09

20 de septiembre de 2009

A Brunner lo que es de Brunner...

Karl Brunner (1887-1960)

Ensanche de barrios en Bogotá (años 30 y 40 del siglo XX)

Limite intermunicipal (1935) y límite urbano (1940) de Bogotá.

Por: Luis Fdo. Acebedo R

La historia urbanística en Colombia ha cometido una tremenda injusticia con Karl Brunner, el arquitecto y urbanista austríaco que tuvo a su cargo la formulación del primer plan regulador de Bogotá a comienzos de los años 30 del siglo pasado. Sus aportes a ésta y muchas otras ciudades colombianas se pueden rastrear hasta finales de los años 40, cuando según Andreas Hoffer (2003) regresó a Viena, su ciudad natal. Trabajó como funcionario público y consultor en temas urbanos, fue un excelente diseñador de proyectos de espacio público y vivienda para todas las clases sociales y también fue un destacado maestro de urbanismo en la Universidad Nacional de Colombia. Pero en nuestra opinión, la principal deuda que el urbanismo tiene con Karl Brunner es haberle desconocido la autoría intelectual, ideológica y práctica de la formulación del primer Plan Regulador que tuvo Colombia, aplicado a la ciudad de Bogotá.

Así es. Aún hoy en día se enseña a los estudiantes de arquitectura que Le Corbusier formuló el primer Plan Regulador para Bogotá. También me lo enseñaron a mí hace más de veinte años. Hoy quiero rebatir esa tesis y reconocerle a Brunner lo que es de Brunner.

En efecto, recién llegado a Bogotá, Brunner se propuso trabajar en 12 temas para formular su Plan Regulador, a saber: 1. Finalidades de la regularización y proyectos de ensanche urbano. 2. Preparativos y procedimientos de planificación. 3. La modernización de la ciudad. 4. Tendencias del desarrollo urbano. 5. Los cinco problemas urbanísticos fundamentales de Bogotá. 6. Necesidades de circulación. 7. Las futuras vías principales. 8. La distribución de zonas comerciales, residenciales, industriales, etc. 9. La reglamentación de edificios. 10. El código del desarrollo urbano. 11. La cooperación de la secciones de plano, de urbanizaciones o de arquitectura (edificación particular). 12. La tramitación respecto de la aprobación del plano regulador (Molano, 1995).

Cada uno de estos temas, los desarrolló Brunner y su equipo a lo largo de una década, más o menos. Los resultados de estas investigaciones, sumadas, constituyen el Plan Regulador para Bogotá. Por eso, algunos historiadores sostienen que nunca se formuló, porque no fueron capaces de relacionar un documento con otro, sino que a lo sumo los miraron de manera aislada. Pero es posible encontrar una secuencia lógica de este Plan a través de diferentes acuerdos municipales durante el período en que Brunner ocupó la secretaría de planeación de Bogotá. Veamos los más trascendentales:

La ordenanza 31 de 1935, cuyo aporte principal fue ordenar las relaciones de la ciudad capital con cada uno de los seis municipios periféricos (Usaquén, Suba, Engativá, Fontibón, Bosa y Usme), definiendo los propios límites entre ellos. Sin este primer paso era imposible ordenar el territorio urbano-rural de Bogotá.

Acuerdo 15 de 1940, por medio del cual se definieron los límites del desarrollo urbano de Bogotá, es decir, el perímetro urbanizable, dejando por fuera algunos barrios nuevos que se habían desprendido de la ciudad compacta, especialmente al occidente de la ciudad, pero sin la dotación de los servicios públicos básicos. Se trataba de barrios como Río Negro, Las Ferias, Puente Aranda, Las Granjas, entre otros.

Acuerdo 21 de 1944, “por el cual se divide el área urbanizable de Bogotá en varias zonas de destino y se reglamenta cada una de ellas”. Este acuerdo, representó la versión jurídica y legal del Plan Regulador, por el cual Brunner había estado trabajando denodadamente en los años anteriores. Se constituyó en el conjunto de normas que debían regular el crecimiento del área urbanizable de Bogotá, a través de la reglamentación de usos y alturas de las edificaciones “a fin de establecer un desarrollo ordenado y racional de la ciudad”, de acuerdo con los criterios de zonificación adoptados: Zonas cívico-comerciales y comerciales, zonas residenciales céntricas, zonas estrictamente residenciales, zona industrial, zonas mixtas, zonas de barrios obreros, zonas de reserva para áreas verdes.

Todos los trabajos preparatorios del Plan Regulador de Brunner han pasado casi desapercibidos en los estudios de la historia del planeamiento urbano de la ciudad de Bogotá, quizás por el hecho de haber sido rápidamente opacados por la corriente del urbanismo moderno que Le Corbusier introdujo en Colombia al finalizar la década de los 40. Pero el hecho de que Brunner representara una versión decimonónica del urbanismo europeo, no le quitaba méritos a su trabajo.

Los principales modelos urbanísticos de referencia que tuvo Brunner para la formulación de su Plan Regulador consistieron, de un lado, en la experiencia del Barón Haussmann de París con la apertura de vías en diagonal sobre áreas céntricas como criterio higienista y de salubridad; por otro, en las políticas de ensanche, trabajadas por Hildelfonso Cerdá en Barcelona desde 1859; y finalmente, en las primeras ideas de zoning, implementadas en Alemania desde comienzos del siglo XIX. Estos tres criterios se aplicaron para la formulación del Plan Regulador como versión ecléctica de la experiencia europea.

El ensanche urbano estuvo siempre presente en el planteamiento de Brunner como instrumento del desarrollo urbano futuro de Bogotá en todas sus direcciones. Muestra fehaciente es la cantidad de barrios planeados o diseñados por él que consolidaron la primera corona de expansión residencial, llenando los vacíos urbanos del perímetro urbano de la ciudad.

Y el zoning fue el instrumento primario para organizar los usos del suelo y regularizar el espacio económico. Por eso Brunner dedicó una parte importante de su trabajo a levantar un plano de las actividades industriales y comerciales, que luego sirvió de base para su posterior reglamentación.

Entonces, que no quede duda. Brunner formuló el primer Plan Regulador en Colombia, inspirado en una concepción moderna y racional. Otra cosa distinta, es que Le Corbusier y el Movimiento Moderno en particular, hubiesen hecho una reelaboración teórica y conceptual de este instrumento y nos hayan obnubilado con sus planteamientos integradores entre lo funcional y lo estético. Pero esa es harina de otro costal.

20/09/09

Para confrontar y ampliar estas ideas ver el libro de mi autoría "Las industrias en el proceso de expansión de Bogotá hacia el occidente". En:

13 de septiembre de 2009

Teatro y Ciudad



La tragedia fáustica del espacio público

Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Del 7 al 13 de septiembre se llevó a cabo la XXXI versión del Festival Internacional de Teatro de Manizales. En esta oportunidad, la calle fue el escenario principal y esto de por sí cambió la dinámica de la ciudad con respecto a versiones de años anteriores, más orientadas hacia el teatro de sala.

La relación directa de los diferentes grupos artísticos nacionales e internacionales con los ciudadanos en el espacio público, contribuyó a percibir un ambiente democrático, de fiesta y cultura como hacía mucho tiempo no se sentía en la ciudad. Aunque, valga la pena decirlo, esa sensación se vio opacada por una presencia injustificada de un gran contingente de policías cuidando las calles. Yo diría que el Alcalde Juan Manuel Llano se equivocó actuando como si estuviéramos en la Feria de Manizales, donde la característica de fiesta, toros, licor y rumba desmedida potencializan los conflictos en la calle, las riñas o los atracos. No, señor Alcalde, ésta era una fiesta de la cultura, del teatro, de la convivencia en torno al arte público y con el público.

Los principales beneficiarios fueron, en mi opinión, los jóvenes estudiantes de colegios y universidades, quienes demostraron con su comportamiento alegre y festivo, ávido de manifestaciones artísticas tan escasas en la vida cotidiana de la ciudad, que el teatro es fuente de conocimiento, instrumento liberalizador de emociones, divertimento y catalizador de energías colectivas. También el espacio público puso su grano de arena contribuyendo a generar esa catarsis, al ser aprovechado de manera creativa por los artistas, convirtiéndolo en escenario, palco, camerino o bastidor. No hubo límites para recrear las graderías, el amoblamiento urbano, la calle, el bulevar, la plaza o el parque como parte de una puesta en escena sutil, efímera y circense.

El teatro de calle tiene la cualidad de establecer una relación estrecha y dinámica con el público, quién se convierte en parte de la obra, la enriquece, la cualifica. Para los actores y actrices, por su parte, se constituye en un enorme reto porque cada presentación es diferente, aunque tengan un libreto y unas acciones previamente definidas. El público tiene que hablarles, sugerirles, abrir compases metafóricos para dar lugar a la improvisación. En la calle, el público camina o se detiene, está sentado o parado, va y vuelve en un constante movimiento. Esta es quizás la principal diferencia con el teatro de sala, en donde casi siempre los elementos están dispuestos previamente y el público es un ente pasivo que observa en la intimidad de su silla.

Esta versión del Festival Internacional de Teatro puso en evidencia la escasez y precariedad de los espacios públicos en la ciudad. Manizales no ha sido capaz de construir un sistema de espacio público que conecte a los diferentes barrios con su espina dorsal, la carrera 23. Y el Festival de Teatro aún tiene mucho por hacer para garantizar que el telón también se habrá en Solferino, Aranjuez, El Carmen o Corinto, entre otros barrios de la ciudad que claman por actividades distintas a las estrictamente residenciales.

El teatro de calle posibilitaba una toma de la ciudad y de cada uno de sus rincones. Haber llevado algunas obras a barrios como La Enea, La Sultana o Puerta del Sol fue un buen intento que se aplaude, pero pudo ser más agresivo. El teatro universitario, por ejemplo, ha presentado sus obras en espacios no convencionales como el pabellón central de la plaza de mercado en el sector de La Galería, venciendo los imaginarios del miedo. Esta era una buena oportunidad para integrar los vivos colores de los frutos del campo con los caleidoscópicos trajes de las artes escénicas.

La plaza de Bolívar sigue siendo el lugar referencial por excelencia y quizás el único espacio público que tiene un uso multifacético como lo demandan las características de la vida contemporánea. Ni siquiera la recién inaugurada Plaza Alfonso López que buscaba convertirse en el segundo espacio público más importante de la ciudad, ha logrado convocar su uso intensivo para los diferentes actos cívicos, culturales o políticos. El pequeño teatrino o media torta que tiene en uno de sus costados nació como un no lugar, y la plaza pública semienterrada con sus olas de ladrillo y cemento junto a los puestos de venta que nunca se utilizan, solo invitan al paso, al cruce, pero muy poco a la estancia o a la deliberación. Razones tendría el Festival para preferir el parque principal de San José y no la plaza Alfonso López para presentar alguna de las obras de teatro programadas.

Algo parecido sucedió con el mal llamado “Paseo de los Estudiantes”, una obra recién inaugurada que no le aportó nada a la cualificación del espacio público, ni a su uso y disfrute por parte de la dinámica teatral. El Festival prefirió usar el hall de acceso a la Universidad o el parqueadero del Coliseo Menor. Un buen punto de reflexión para quienes tanto han aplaudido estas recientes obras, muy exitosas desde el punto de vista de la movilidad vehicular y probablemente de la estética urbana, pero extremadamente costosas para el peatón y sus necesidades de estar, permanecer, delibarar y recrearse. Y ni que decir de nuestra red de “ecoparques” públicos que prácticamente se hunden entre la maleza por falta de recursos económicos para su rescate.

Es que no siempre la arquitectura logra interpretar adecuadamente las demandas de espacio público, así como no necesariamente se vuelve un instrumento de integración social. En no pocas oportunidades, el proyecto arquitectónico cumple más una función aséptica, anulando la dinámica urbana y citadina. Y tanto la plaza Alfonso López como el “Paseo de los Estudiantes” parecen ser dos de esos casos. Quedaron muy bonitos, pero no invitan al uso, aprovechamiento y disfrute colectivo.

Nada más apropiado que traer a colación al Fausto de Goethe para sintetizar a través de su metamorfosis la relación entre teatro y ciudad, pero especialmente para criticar ese absurdo espíritu desarrollista de nuestros mandatarios que construyen esos nuevos espacios públicos tan inútiles como escindidos. Precisamente Marshall Berman comenta en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire, parte de la tragedia que ha significado la manipulación y los símbolos del progreso sin sensibilidad ni preocupación por el bienestar social. Dice Berman: “Pero lo que hace que estos proyectos, en lugar de fáusticos, sean seudofáusticos, y que no sean tanto una tragedia como un teatro del absurdo y la crueldad, es el hecho desgarrador –a menudo olvidado en Occidente- de que no sirvieron de nada”.

13/09/09