13 de septiembre de 2009

Teatro y Ciudad



La tragedia fáustica del espacio público

Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Del 7 al 13 de septiembre se llevó a cabo la XXXI versión del Festival Internacional de Teatro de Manizales. En esta oportunidad, la calle fue el escenario principal y esto de por sí cambió la dinámica de la ciudad con respecto a versiones de años anteriores, más orientadas hacia el teatro de sala.

La relación directa de los diferentes grupos artísticos nacionales e internacionales con los ciudadanos en el espacio público, contribuyó a percibir un ambiente democrático, de fiesta y cultura como hacía mucho tiempo no se sentía en la ciudad. Aunque, valga la pena decirlo, esa sensación se vio opacada por una presencia injustificada de un gran contingente de policías cuidando las calles. Yo diría que el Alcalde Juan Manuel Llano se equivocó actuando como si estuviéramos en la Feria de Manizales, donde la característica de fiesta, toros, licor y rumba desmedida potencializan los conflictos en la calle, las riñas o los atracos. No, señor Alcalde, ésta era una fiesta de la cultura, del teatro, de la convivencia en torno al arte público y con el público.

Los principales beneficiarios fueron, en mi opinión, los jóvenes estudiantes de colegios y universidades, quienes demostraron con su comportamiento alegre y festivo, ávido de manifestaciones artísticas tan escasas en la vida cotidiana de la ciudad, que el teatro es fuente de conocimiento, instrumento liberalizador de emociones, divertimento y catalizador de energías colectivas. También el espacio público puso su grano de arena contribuyendo a generar esa catarsis, al ser aprovechado de manera creativa por los artistas, convirtiéndolo en escenario, palco, camerino o bastidor. No hubo límites para recrear las graderías, el amoblamiento urbano, la calle, el bulevar, la plaza o el parque como parte de una puesta en escena sutil, efímera y circense.

El teatro de calle tiene la cualidad de establecer una relación estrecha y dinámica con el público, quién se convierte en parte de la obra, la enriquece, la cualifica. Para los actores y actrices, por su parte, se constituye en un enorme reto porque cada presentación es diferente, aunque tengan un libreto y unas acciones previamente definidas. El público tiene que hablarles, sugerirles, abrir compases metafóricos para dar lugar a la improvisación. En la calle, el público camina o se detiene, está sentado o parado, va y vuelve en un constante movimiento. Esta es quizás la principal diferencia con el teatro de sala, en donde casi siempre los elementos están dispuestos previamente y el público es un ente pasivo que observa en la intimidad de su silla.

Esta versión del Festival Internacional de Teatro puso en evidencia la escasez y precariedad de los espacios públicos en la ciudad. Manizales no ha sido capaz de construir un sistema de espacio público que conecte a los diferentes barrios con su espina dorsal, la carrera 23. Y el Festival de Teatro aún tiene mucho por hacer para garantizar que el telón también se habrá en Solferino, Aranjuez, El Carmen o Corinto, entre otros barrios de la ciudad que claman por actividades distintas a las estrictamente residenciales.

El teatro de calle posibilitaba una toma de la ciudad y de cada uno de sus rincones. Haber llevado algunas obras a barrios como La Enea, La Sultana o Puerta del Sol fue un buen intento que se aplaude, pero pudo ser más agresivo. El teatro universitario, por ejemplo, ha presentado sus obras en espacios no convencionales como el pabellón central de la plaza de mercado en el sector de La Galería, venciendo los imaginarios del miedo. Esta era una buena oportunidad para integrar los vivos colores de los frutos del campo con los caleidoscópicos trajes de las artes escénicas.

La plaza de Bolívar sigue siendo el lugar referencial por excelencia y quizás el único espacio público que tiene un uso multifacético como lo demandan las características de la vida contemporánea. Ni siquiera la recién inaugurada Plaza Alfonso López que buscaba convertirse en el segundo espacio público más importante de la ciudad, ha logrado convocar su uso intensivo para los diferentes actos cívicos, culturales o políticos. El pequeño teatrino o media torta que tiene en uno de sus costados nació como un no lugar, y la plaza pública semienterrada con sus olas de ladrillo y cemento junto a los puestos de venta que nunca se utilizan, solo invitan al paso, al cruce, pero muy poco a la estancia o a la deliberación. Razones tendría el Festival para preferir el parque principal de San José y no la plaza Alfonso López para presentar alguna de las obras de teatro programadas.

Algo parecido sucedió con el mal llamado “Paseo de los Estudiantes”, una obra recién inaugurada que no le aportó nada a la cualificación del espacio público, ni a su uso y disfrute por parte de la dinámica teatral. El Festival prefirió usar el hall de acceso a la Universidad o el parqueadero del Coliseo Menor. Un buen punto de reflexión para quienes tanto han aplaudido estas recientes obras, muy exitosas desde el punto de vista de la movilidad vehicular y probablemente de la estética urbana, pero extremadamente costosas para el peatón y sus necesidades de estar, permanecer, delibarar y recrearse. Y ni que decir de nuestra red de “ecoparques” públicos que prácticamente se hunden entre la maleza por falta de recursos económicos para su rescate.

Es que no siempre la arquitectura logra interpretar adecuadamente las demandas de espacio público, así como no necesariamente se vuelve un instrumento de integración social. En no pocas oportunidades, el proyecto arquitectónico cumple más una función aséptica, anulando la dinámica urbana y citadina. Y tanto la plaza Alfonso López como el “Paseo de los Estudiantes” parecen ser dos de esos casos. Quedaron muy bonitos, pero no invitan al uso, aprovechamiento y disfrute colectivo.

Nada más apropiado que traer a colación al Fausto de Goethe para sintetizar a través de su metamorfosis la relación entre teatro y ciudad, pero especialmente para criticar ese absurdo espíritu desarrollista de nuestros mandatarios que construyen esos nuevos espacios públicos tan inútiles como escindidos. Precisamente Marshall Berman comenta en su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire, parte de la tragedia que ha significado la manipulación y los símbolos del progreso sin sensibilidad ni preocupación por el bienestar social. Dice Berman: “Pero lo que hace que estos proyectos, en lugar de fáusticos, sean seudofáusticos, y que no sean tanto una tragedia como un teatro del absurdo y la crueldad, es el hecho desgarrador –a menudo olvidado en Occidente- de que no sirvieron de nada”.

13/09/09

2 comentarios:

  1. Gracias por decir lo que muchos deseabamos, es bueno ver criterios academicos que analisen los trastelones de las presentaciones del teatro en las calles. Se me queda en mi memoria sus comentarios sobre espacios para el peaton, en especial el del paseo de los estudiantes en la glorieta de palogrande, en la que no se me ocurre como alguien no analiso poner vias rapidas en un punto donde no se camina en alta densidad individual si no en alta densidad de peloton, en terminos tecnicos. Es que un sector en el que hay un estadio y sus anexos deportivos, dos colegios, una guarderia y dos universidades lo unico que nos ofresen a los peatones es una via importante que bloquear en las proximas marchas, porque la actividad cultural y la actividad solo de ser peaton esta perdida. Y sin comentar mucho sobre los problemas de manejo de residuos de las cafeterias y de la misma universidad, del acceso de bienes y suministros que van a diferentes lugares del campus, que no sea el bloque Q, y el precario parqueadero que de no ser por la limitacion de sentido para movilizarse, casi que montan los carros, muchos carros del campus, entre profesores y estudiantes (y el parque automotriz de la universidad, que imagino era para ellos) hasta el parque la gotera.
    De nuevo gracias por opinar alguien que tiene el titulo y experiencia, porque como al estudiante y futuro colega de muchos directivos y dirigentes no le pondrian atencion (como si ellos mismo no fueran lo que le enseñan a uno, seguro dudan de lo que le enseñan).

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  2. Luis Fernando Acebedo14 de septiembre de 2009, 14:58

    Es cierto mi querido anónimo. Necesitamos recupera la capacidad de crítica en la academia, y también el humanismo en el ejercicio de nuestra profesión. En gran medida, somos corresponsables de lo que sucede en nuestras ciudades porque no tenemos una instancia ética que evalúe las actuaciones de nuestros profesionales y mucho menos, la de nuestros gobernantes.

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