14 de abril de 2014

WUF 7: el dilema entre competitividad y sostenibilidad urbana

Por: Luis Fernando Acebedo Restrepo, Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Plazoleta Central del WUF 7 2014, Medellín.

Ahora que la ola del optimismo comienza a bajar después de la realización del séptimo Foro Urbano Mundial de UN-Hábitat en Medellín, es bueno plantearse algunas reflexiones más serenas sobre el verdadero significado de este evento para el futuro de las ciudades y sus ciudadanos.

La llegada del discurso de la competitividad de los mercados al escenario de las administraciones públicas ha puesto en el primer asunto de prioridades ocupar un  lugar diferenciador en algo: la “más innovadora”, la “más feliz”, la “primera en calidad de vida”, la que puede crear empresas en el menor tiempo posible, etc, etc. Este comportamiento marcó sin duda buena parte de las dinámicas del WUF7 en Medellín. La institucionalidad paisa no dejó un solo resquicio en los medios para promocionar el nuevo eslogan de “ciudad innovadora”, luego de que el llamado “urbanismo social” comenzó a debilitarse por cuenta del incremento de los índices de desigualdad social en la ciudad.

En los diferentes stands del WUF7 las ciudades ofrecían al mercado público o privado un valor agregado: finanzas saneadas, capacidad de endeudamiento, Grandes Proyectos Urbanos para la financiación público-privada, seguridad ciudadana controlada, interés por el medio ambiente urbano, Smart city, entre muchos otros temas de moda. En el escenario de lo concreto, el marketing urbano se impuso como característica casi general de la muestra que trajeron las ciudades al Foro.

De manera paralela, y como si estuviéramos en otra ciudad y con protagonistas distintos, en las conferencias centrales del WUF7 el contenido discursivo era otro: equidad, resiliencia, perspectiva de género, humanidad, inclusión, buen vivir, ciudades para la vida, espacio público, movilidad pública eficiente. Palabras genéricas que nos sugieren un mundo idealizado de ciudades perfectas.

La pregunta inevitable al conectar ambas experiencias es si es posible lograr la sostenibilidad urbana en medio de la competitividad de los mercados; si podemos garantizar ciudades para la gente cuando los gobiernos ahora representan al mercado inmobiliario y sus intereses; si se pueden planear e implementar proyectos urbanos integrales sin garantizar la inclusión de las comunidades barriales en los procesos de toma de decisiones; si el desplazamiento de los pobres de las áreas centrales de las ciudades puede traducirse en inclusión social; o peor aún, si el mercado de vehículos particulares tendrá algún día la conciencia de suspender o disminuir sus ventas para garantizar el interés colectivo a un ambiente sano en las ciudades.

Quizás porque aún no se ofrecen respuestas a estas preguntas es por lo que algunos movimientos sociales urbanos –todavía pocos en número pero muy significativos en contenidos- realizaron el Foro Social Urbano Alternativo y Popular. Para ellos vivir en las ciudades es insuficiente si no se hace con dignidad. En sus palabras y a diferencia del optimismo desbordante del WUF7, los movimientos sociales urbanos identificaron una profunda crisis urbana que “trae como consecuencia la marginación de quienes tienen menos y son más vulnerables, la destrucción de los ecosistemas y la negación de toda posibilidad de democracia y buen vivir”.

Foro Social Urbano Alternativo y Popular realizado en la
Universidad de Antioquia en el marco del WUF7.
El derecho a la ciudad y al territorio adquiere un sentido renovado toda vez que en las periferias urbanas aún no logra resolverse la accesibilidad a los servicios públicos básicos o a la vivienda digna. No sin razón, en Medellín amplios sectores barriales de las laderas orientales cuestionan el proyecto de Jardín Circunvalar, entre otros macroproyectos, cuando aún no se resuelve el problema del acceso al agua o la mitigación del riesgo por deslizamiento de sus viviendas, por ejemplo. Bajo condiciones aún más dramáticas, en Buenaventura las comunidades negras e indígenas sufren la peor violencia que quizás hayan padecido en las últimas décadas, ligado a la recuperación de las zonas de bajamar para megaproyectos turísticos y portuarios. Estas comunidades étnicas son ahora invisibilizadas en zonas continentales, antes delimitadas como de reserva ambiental, alejadas de toda consideración cultural y/o simbólica. También en Manizales el macroproyecto San José expulsa de sus zonas de residencia a más de 20 mil habitantes de la Comuna y el centro tradicional de la ciudad mediante instrumentos coercitivos como la expropiación de predios y el englobe de terrenos para ser ofertados a grandes inversionistas inmobiliarios nacionales y extranjeros.

Reivindicaciones populares en la Comuna 8,
Medellín en el marco del WUF7

En la perspectiva de UN-Habitat III (2016) no parece haber nada distinto que la continuidad de las buenas intenciones y recomendaciones para alcanzar un desarrollo urbano sostenible. Nada distinto de lo que se viene haciendo desde hace más de dos décadas en las conferencias mundiales, sin mayor trascendencia en cambios reales y efectivos. En cambio, el surgimiento de una mayor conciencia urbana en la base de las sociedades organizadas evidencia la aparición de nuevos movimientos sociales urbanos parados en la resistencia contra la ciudad neoliberal, intentando revalorizar el derecho a la ciudad con justicia espacial redistributiva. Quizás por ello, Naciones Unidas, la banca multilateral y las grandes corporaciones económicas hacen ingentes esfuerzos por apropiarse de las reivindicaciones más sentidas de los sectores populares urbanos para vaciarlas de contenido y de paso evitar lo que ya algunos autores (Harvey y Borja, entre otros) avizoran: la profundización de la crisis urbana y el germen de unas revoluciones urbanas que marcarán los nuevos rumbos  de la confrontación política. Las ciudades serán el epicentro de tales rebeldías, no como escenarios de revolución urbana, sino como la condición misma de ella.


Defender el derecho a la ciudad para la vida digna tiene hoy unas connotaciones para la supervivencia misma de la especie humana. Y la noción de territorio permite garantizar las condiciones ambientales, culturales y simbólicas para lograrlo. En ese sentido, la revolución urbana no es una opción, sino una condición para la existencia individual y colectiva. La razón de ser de las generaciones presentes y futuras. Las sociedades precolombinas y el sistema urbano que les dio sentido – que también fueron motivo de consideración en la Carta Medellín- parecen demostrar que las ciudades más consolidadas también desaparecen, a veces por causas aparentemente ajenas a las guerras, como por ejemplo agotar las bases ambientales que garantizan los recursos básicos para la supervivencia como el agua, los bosques o la tierra para el cultivo de alimentos. Teotihuacán o Tenochtitlán en México son dos casos para considerar en este sentido y sirven de espejo-reflejo en el debate sobre la relación entre crecimiento, desarrollo y sustentabilidad. Ni los dioses pudieron evitar la catástrofe.