28 de enero de 2010

Estudiantes "informantes"


Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Y el gobierno persiste en su intención de involucrar a la comunidad universitaria en guerras y conflictos, a través de diferentes medios. Primero, impidiéndoles a un grupo considerable de jóvenes su ingreso a las aulas para incorporarlos a las fuerzas armadas mediante la figura del servicio militar obligatorio. Luego, mediante una oferta de cupos restringida que deja por fuera del sistema universitario a una población muy considerable de jóvenes, a merced de bandas criminales que los cooptan con ofertas de dinero para llevar a sus desvencijados hogares. Posteriormente, dándole tratamiento de delincuentes y terroristas a aquellos que logran ingresar a la universidad y en el camino descubren que es necesario estudiar y luchar contra las inequidades sociales. Y ahora, como si fuera poco, ofreciéndoles una bonificación de 100 mil pesos a cambio de volverse informantes de la fuerza pública en la lucha malograda contra el crimen.

La política de seguridad democrática demuestra una vez más su fracaso para combatir las diferentes manifestaciones delincuenciales, pero también la necesidad que le asiste de generar nuevas expresiones de violencia como alimento para su propia supervivencia. En esta oportunidad el blanco son los jóvenes universitarios, el mayor tesoro que tiene la nación para construir verdaderas salidas de paz mediante la superación de la pobreza y el atraso. ¿No son estas últimas las verdaderas causas de los conflictos sociales, las guerras y las múltiples manifestaciones delincuenciales?.

Tal parece que no ha sido suficiente ejemplo el desbordamiento en los años 90 de las llamadas Convivir como fuerzas armadas paraestatales, ni la perniciosa relación de las FFAA con el paramilitarismo, ni los “falsos positivos” como mecanismo para recibir compensaciones salariales en los batallones. Todas esas pervertidas sinergias entre militares y civiles no inquietan al gobierno y a sus asesores de seguridad, ni les sirven para tomar correctivos. Todas pasan de largo como causas de las espirales de violencia que ha vivido el país durante la implementación de la política de la seguridad democrática que se defiende con tanto ahínco en los sectores políticos del oficialismo.

Fue bajo esta misma lógica que una buena parte del Congreso de la República vio con buenos ojos su alianza macabra con los narco ejércitos de Castaño, primero como sus informantes, luego como sus líderes políticos y beneficiarios económicos. Nada hace prever que suceda lo contrario con esta estrategia, ahora reencauchada en las filas castrenses para vincular a los estudiantes a nuevos y sutiles actos de violencia por dentro y por fuera de las instituciones universitarias.

Mil jóvenes reclutados como sapos de las FFAA por 100 mil pesos mensuales para cada uno, podrían convertirse perfectamente en la posibilidad de asegurarle la matrícula en una universidad pública a otros mil estudiantes de los estratos más bajos de la sociedad que quedaron por fuera del sistema educativo universitario. Pero no. Fue necesario emprender una gran jornada de reflexión y de protesta al finalizar el año pasado para buscar que el Congreso de la República incrementara el presupuesto de las universidades públicas. Y no fue posible.

Ahora ya sabemos que el gobierno privilegia la estrategia de las recompensas a la de la educación de todos nuestros jóvenes.

¿Qué pensarán nuestros estudiantes?, ¿Y los que aún luchan por su ingreso a la Universidad?

24 de enero de 2010

Territorios del conocimiento y globalización


Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Evidentemente, ni la sociedad del conocimiento ni su expresión espacial -el territorio del conocimiento-, pueden abordarse como categorías neutras de análisis. Para poderlas entender, es necesario explicar los presupuestos ontológicos, epistemológicos y metodológicos que la sostienen. Sucede lo mismo con términos relativamente abstractos como la ciudad, la región o el medio ambiente. Es necesario llenarlos de contenido para entender sus características y comprender su verdadero significado para la sociedad y su entorno.

La globalización es el primer concepto que aparece ligado a la sociedad y el territorio del conocimiento. Cuando se acude a él, generalmente se aborda como un fenómeno inevitable para toda la sociedad. Sin embargo, el significado que le da la Real Academia de la Lengua Española como “Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”, no es posible considerarla un fenómeno universal que comprometa al conjunto de la sociedad y sus territorios. Esencialmente, es un asunto de mercados y de empresas.

En consecuencia, bien vale la pena sostener la idea de que hay otros tipos de globalización posibles, basados en la cultura o el conocimiento y no en la competitividad como factor clave del progreso; una globalización que promueve la integración e interdependencia en las relaciones sociales, productivas, culturales, etc, y se apoye en los avances tecnológicos, incluidas las Tecnología de Información y Comunicación (TIC); que combine el aprendizaje de experiencias universales exitosas, con la apropiación de tecnologías foráneas y con innovaciones propias surgidas de la máxima utilización del potencial de desarrollo de cada una de las sociedades y territorios, puestas al servicio del conjunto de la sociedad.

Si el espíritu de esa globalización se fundamenta en la solidaridad y la cooperación entre los pueblos y en el establecimiento de redes horizontales de trabajo, es posible comprender que el conocimiento, como valor fundamental de esta nueva época, no es homogéneo ni válido universalmente. Más bien es heterogéneo, cambiante, aplicado de manera diferente de acuerdo a las condiciones de espacio, tiempo, técnicas y movimiento.

Los territorios regionales son los nuevos espacios de la sociedad del conocimiento. Si para la sociedad industrial, la ciudad fue su máxima obra como expresión de las relaciones sociales, productivas y técnicas de la especie humana, ahora los territorios regionales marcarán una nueva manera de relacionarse con los ecosistemas naturales. En efecto, la ciudad de la sociedad industrial surgió y se consolidó a partir considerar el medio natural como una amenaza, en algunos casos, o como una fuente ilimitada de recursos para la urbanización, en otros; y esa especie de negación o de actitud utilitaria es básicamente la causante de la gran catástrofe ambiental de nuestra época y de las preocupaciones mundiales por el calentamiento global y la suerte del planeta.

La sociedad del conocimiento, por el contrario, debe partir de entender que la especie humana y la naturaleza hacen parte de un sistema único. Como diría Ángel Maya (2008) desde la filosofía “Cultura y naturaleza son formas simbióticas que en la actualidad no se pueden entender de manera independiente”. Esos territorios se caracterizarán por contener un sistema de ciudades en red, desde las cuales se irradiará todo el conocimiento para reconquistar el campo, olvidado por el frenesí de una idea de modernidad y progreso que le dio la espalda a la sostenibilidad. Ya no habrá más divisiones entre la ciudad y el campo porque las nuevas tecnologías proveerán lo necesario a los nuevos habitantes del campo para garantizarles igual calidad de vida que a los ciudadanos. Aquellos adquirirán la categoría de “rururbanos” porque a diferencia de los ciudadanos tendrán la conciencia, los conocimientos y la experticia para establecer unas relaciones armoniosas y sostenibles con el medio natural que le sirve de soporte, sostén e instrumento de cambio socio-cultural.

No se trata de un imaginario bucólico de regreso a la casa granja y al modo de vida rural tan promocionado por los utopistas del siglo XIX y añorado aún en el siglo XX. Todo lo contrario, el siglo XXI continuará su tendencia irreversible a la urbanización de la especie humana como dispositivo tecnobiológico indispensable para su propio desarrollo. Pero las atroces realidades que hoy en día se ven en las ciudades como el incremento del paro forzoso, la improductividad o la expansión de los cinturones de miseria, entre otros, provocarán una emergencia sistémica (Boisier, 2001) o emergencia cultural (Angel Maya, 2008)) para repensar un nuevo modo de producción que le dé un sentido renovado a la reconquista del campo mediante la introducción de cadenas de valor a las materias primas agroindustriales y al máximo aprovechamiento de las áreas cultivadas, de tal suerte que en vez de aumentar las fronteras agrícolas, se optimicen, y en vez de expandir las ciudades como mancha de aceite, se redensifiquen y organicen en red, para beneficio de la regeneración de los ecosistemas naturales y de la prolongación de la especie humana y demás seres vivos sobre el planeta.

17 de enero de 2010

Giros caleidoscópicos para esta nueva década.


Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Me siento incapaz de comenzar mis reflexiones en este nuevo año sin hacer algunos giros caleidoscópicos sobre los que nos espera en esta nueva década que comienza.

Al finalizar el año pasado, fuimos testigos del enorme fracaso que significó la reunión en Copenhague para llegar a acuerdos orientados a evitar el calentamiento del planeta en al menos dos grados como consecuencia del efecto invernadero. Y de esa manera morigerar la gran catástrofe ambiental que se avecina, cuyos efectos negativos ya hemos comenzado a padecer. El “sistema global” no pudo operar en esta oportunidad ¬– la verdad es que no sé cuando lo ha hecho¬- imponiéndose el pensamiento pragmático de las superpotencias mundiales en el sentido de que cada quien haga lo que considere conveniente. Ni siquiera aceptaron trabajar en la dirección de “quien contamina paga”, mediante la cual, los países más pobres y atrasados buscaban obtener unos recursos adicionales para preservar algunos bosques. Allá estuvo el presidente Uribe pasando el sobrero para obtener respaldo a su política de seguridad democrática pretendiendo demostrar que el narcotráfico es el principal problema del calentamiento global. Ni bolas le pararon.

La reciente catástrofe en Haití que destruyó casi la totalidad de la capital, es un fiel reflejo de lo que sucederá con los conflictos ambientales y sociales que se avecinan en América Latina y el Caribe. Las potencias económicas, principales usurpadoras de los recursos naturales de estos países, ahora llaman al concurso generalizado de las naciones para pagar sus actos depredadores a lo largo de estos últimos doscientos años. El deshielo de nuestros páramos, la sequía de nuestras fuentes hídricas, los incendios forestales, la devastación de las selvas tropicales, el aumento del nivel del mar y los efectos catastróficos sobre nuestras playas, intentarán solucionarse con donaciones de caridad.

En el ámbito nacional, tenemos un año cruzado por múltiples campañas políticas, referendos y elecciones. La sensación que tenemos una parte de los colombianos es que mientras más empleamos los instrumentos democráticos consagrados en la constitución, más se amenaza el sistema de valores democráticos surgidos tras la revolución francesa. De hecho, ya ni la propia burguesía parece interesada en defenderlos. Claro, cada quien los interpreta a su antojo. Los partidos políticos mayoritarios piensan que reformar la constitución para garantizar la perpetuación en el poder de un mandatario es, en Venezuela, Ecuador o Bolivia, expresión de unos regímenes dictatoriales, mientras que en Colombia es la voluntad incuestionable del querer de las mayorías, según el pronunciamiento reciente de la Procuraduría General de la nación. Con semejante lógica “difusa” se analiza también el tema del armamentismo en la región.En Venezuela es expresión del expansionismo soviético o chino, mientras en Colombia el acuerdo con EEUU para convertir nuestro territorio en una gran base militar norteamericana, junto al gigantesco desarrollo del pie de fuerza local, se consideran actos de soberanía para la solución de problemas internos.

En Venezuela, la centralización de poderes y el consecuente debilitamiento de la independencia de los órganos del poder público se analiza desde estas tierras como un avance del socialismo en la región impulsado por Cuba, pero exactamente el mismo fenómeno en Colombia no deja de ser la expresión de un importante proyecto de unidad nacional en torno al “Estado de Opinión” que busca demostrarle a las minorías políticas quién manda en este país. Y evidentemente, ya lo vamos entendiendo con el fracaso de la ley de justicia y paz, la búsqueda de la verdad y la reparación o la impunidad en el caso de los falsos positivos. Ahora hay que pedir audiencia en los juzgados norteamericanos para tratar de esclarecer los crímenes y las masacres que se han perpetrado al menos en ésta última década en nuestro país. Qué ignominia.

Un politólogo argentino demostraba por estos días en un programa de televisión que en las últimas dos décadas han renunciado 19 presidentes en América Latina como consecuencia de sus actos de corrupción o de mal gobierno, presionados por movilizaciones populares en sus respectivos países. Obviamente eso no ha sucedido en Colombia, no por la ausencia de presidentes corruptos y de gentes protestando en las calles, sino por la sordera de sus gobernantes y de sus regímenes políticos autoritarios, y también por la respuesta desproporcionada de la fuerza pública o de fuerzas oscuras paraestatales que ahogan los gritos de miles de compatriotas inconformes.

Presiento que esta nueva década que comienza estará signada en Colombia por la agudización de los conflictos sociales, políticos, ambientales y territoriales, pues no se entiende cómo nuestro país vaya en contravía de los cambios que el resto de los países de América Latina y del Caribe ya están materializando, cada uno a su manera, pero en todo caso buscando expresiones de soberanía, de profundización de la democracia -incluyendo la alternativa socialista-, de modelos de progreso a partir del incremento de la productividad para solucionar en primer término los problemas locales y regionales. ¿Cómo participar activamente en un mundo cada vez más globalizado si no es a partir de garantizar la elevación constante de la calidad de vida de los ciudadanos en cada uno de los países?. En este sentido, se impone más la solidaridad y la cooperación como valores superiores globales, dejando atrás la rapiña de la competitividad y los mercados especulativos que no sólo está volviendo cada vez más pobre a las mayorías laboriosas de este mundo, sino que están acabando con el planeta y su capacidad de autoregenerarse frente a la acción destructiva de la especie humana que no logra encontrar una manera armoniosa de relacionarse con los ecosistemas naturales.