Por: Luis Fdo. Acebedo R.
Evidentemente, ni la sociedad del conocimiento ni su expresión espacial -el territorio del conocimiento-, pueden abordarse como categorías neutras de análisis. Para poderlas entender, es necesario explicar los presupuestos ontológicos, epistemológicos y metodológicos que la sostienen. Sucede lo mismo con términos relativamente abstractos como la ciudad, la región o el medio ambiente. Es necesario llenarlos de contenido para entender sus características y comprender su verdadero significado para la sociedad y su entorno.
La globalización es el primer concepto que aparece ligado a la sociedad y el territorio del conocimiento. Cuando se acude a él, generalmente se aborda como un fenómeno inevitable para toda la sociedad. Sin embargo, el significado que le da la Real Academia de la Lengua Española como “Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”, no es posible considerarla un fenómeno universal que comprometa al conjunto de la sociedad y sus territorios. Esencialmente, es un asunto de mercados y de empresas.
En consecuencia, bien vale la pena sostener la idea de que hay otros tipos de globalización posibles, basados en la cultura o el conocimiento y no en la competitividad como factor clave del progreso; una globalización que promueve la integración e interdependencia en las relaciones sociales, productivas, culturales, etc, y se apoye en los avances tecnológicos, incluidas las Tecnología de Información y Comunicación (TIC); que combine el aprendizaje de experiencias universales exitosas, con la apropiación de tecnologías foráneas y con innovaciones propias surgidas de la máxima utilización del potencial de desarrollo de cada una de las sociedades y territorios, puestas al servicio del conjunto de la sociedad.
Si el espíritu de esa globalización se fundamenta en la solidaridad y la cooperación entre los pueblos y en el establecimiento de redes horizontales de trabajo, es posible comprender que el conocimiento, como valor fundamental de esta nueva época, no es homogéneo ni válido universalmente. Más bien es heterogéneo, cambiante, aplicado de manera diferente de acuerdo a las condiciones de espacio, tiempo, técnicas y movimiento.
Los territorios regionales son los nuevos espacios de la sociedad del conocimiento. Si para la sociedad industrial, la ciudad fue su máxima obra como expresión de las relaciones sociales, productivas y técnicas de la especie humana, ahora los territorios regionales marcarán una nueva manera de relacionarse con los ecosistemas naturales. En efecto, la ciudad de la sociedad industrial surgió y se consolidó a partir considerar el medio natural como una amenaza, en algunos casos, o como una fuente ilimitada de recursos para la urbanización, en otros; y esa especie de negación o de actitud utilitaria es básicamente la causante de la gran catástrofe ambiental de nuestra época y de las preocupaciones mundiales por el calentamiento global y la suerte del planeta.
La sociedad del conocimiento, por el contrario, debe partir de entender que la especie humana y la naturaleza hacen parte de un sistema único. Como diría Ángel Maya (2008) desde la filosofía “Cultura y naturaleza son formas simbióticas que en la actualidad no se pueden entender de manera independiente”. Esos territorios se caracterizarán por contener un sistema de ciudades en red, desde las cuales se irradiará todo el conocimiento para reconquistar el campo, olvidado por el frenesí de una idea de modernidad y progreso que le dio la espalda a la sostenibilidad. Ya no habrá más divisiones entre la ciudad y el campo porque las nuevas tecnologías proveerán lo necesario a los nuevos habitantes del campo para garantizarles igual calidad de vida que a los ciudadanos. Aquellos adquirirán la categoría de “rururbanos” porque a diferencia de los ciudadanos tendrán la conciencia, los conocimientos y la experticia para establecer unas relaciones armoniosas y sostenibles con el medio natural que le sirve de soporte, sostén e instrumento de cambio socio-cultural.
No se trata de un imaginario bucólico de regreso a la casa granja y al modo de vida rural tan promocionado por los utopistas del siglo XIX y añorado aún en el siglo XX. Todo lo contrario, el siglo XXI continuará su tendencia irreversible a la urbanización de la especie humana como dispositivo tecnobiológico indispensable para su propio desarrollo. Pero las atroces realidades que hoy en día se ven en las ciudades como el incremento del paro forzoso, la improductividad o la expansión de los cinturones de miseria, entre otros, provocarán una emergencia sistémica (Boisier, 2001) o emergencia cultural (Angel Maya, 2008)) para repensar un nuevo modo de producción que le dé un sentido renovado a la reconquista del campo mediante la introducción de cadenas de valor a las materias primas agroindustriales y al máximo aprovechamiento de las áreas cultivadas, de tal suerte que en vez de aumentar las fronteras agrícolas, se optimicen, y en vez de expandir las ciudades como mancha de aceite, se redensifiquen y organicen en red, para beneficio de la regeneración de los ecosistemas naturales y de la prolongación de la especie humana y demás seres vivos sobre el planeta.
La globalización es el primer concepto que aparece ligado a la sociedad y el territorio del conocimiento. Cuando se acude a él, generalmente se aborda como un fenómeno inevitable para toda la sociedad. Sin embargo, el significado que le da la Real Academia de la Lengua Española como “Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”, no es posible considerarla un fenómeno universal que comprometa al conjunto de la sociedad y sus territorios. Esencialmente, es un asunto de mercados y de empresas.
En consecuencia, bien vale la pena sostener la idea de que hay otros tipos de globalización posibles, basados en la cultura o el conocimiento y no en la competitividad como factor clave del progreso; una globalización que promueve la integración e interdependencia en las relaciones sociales, productivas, culturales, etc, y se apoye en los avances tecnológicos, incluidas las Tecnología de Información y Comunicación (TIC); que combine el aprendizaje de experiencias universales exitosas, con la apropiación de tecnologías foráneas y con innovaciones propias surgidas de la máxima utilización del potencial de desarrollo de cada una de las sociedades y territorios, puestas al servicio del conjunto de la sociedad.
Si el espíritu de esa globalización se fundamenta en la solidaridad y la cooperación entre los pueblos y en el establecimiento de redes horizontales de trabajo, es posible comprender que el conocimiento, como valor fundamental de esta nueva época, no es homogéneo ni válido universalmente. Más bien es heterogéneo, cambiante, aplicado de manera diferente de acuerdo a las condiciones de espacio, tiempo, técnicas y movimiento.
Los territorios regionales son los nuevos espacios de la sociedad del conocimiento. Si para la sociedad industrial, la ciudad fue su máxima obra como expresión de las relaciones sociales, productivas y técnicas de la especie humana, ahora los territorios regionales marcarán una nueva manera de relacionarse con los ecosistemas naturales. En efecto, la ciudad de la sociedad industrial surgió y se consolidó a partir considerar el medio natural como una amenaza, en algunos casos, o como una fuente ilimitada de recursos para la urbanización, en otros; y esa especie de negación o de actitud utilitaria es básicamente la causante de la gran catástrofe ambiental de nuestra época y de las preocupaciones mundiales por el calentamiento global y la suerte del planeta.
La sociedad del conocimiento, por el contrario, debe partir de entender que la especie humana y la naturaleza hacen parte de un sistema único. Como diría Ángel Maya (2008) desde la filosofía “Cultura y naturaleza son formas simbióticas que en la actualidad no se pueden entender de manera independiente”. Esos territorios se caracterizarán por contener un sistema de ciudades en red, desde las cuales se irradiará todo el conocimiento para reconquistar el campo, olvidado por el frenesí de una idea de modernidad y progreso que le dio la espalda a la sostenibilidad. Ya no habrá más divisiones entre la ciudad y el campo porque las nuevas tecnologías proveerán lo necesario a los nuevos habitantes del campo para garantizarles igual calidad de vida que a los ciudadanos. Aquellos adquirirán la categoría de “rururbanos” porque a diferencia de los ciudadanos tendrán la conciencia, los conocimientos y la experticia para establecer unas relaciones armoniosas y sostenibles con el medio natural que le sirve de soporte, sostén e instrumento de cambio socio-cultural.
No se trata de un imaginario bucólico de regreso a la casa granja y al modo de vida rural tan promocionado por los utopistas del siglo XIX y añorado aún en el siglo XX. Todo lo contrario, el siglo XXI continuará su tendencia irreversible a la urbanización de la especie humana como dispositivo tecnobiológico indispensable para su propio desarrollo. Pero las atroces realidades que hoy en día se ven en las ciudades como el incremento del paro forzoso, la improductividad o la expansión de los cinturones de miseria, entre otros, provocarán una emergencia sistémica (Boisier, 2001) o emergencia cultural (Angel Maya, 2008)) para repensar un nuevo modo de producción que le dé un sentido renovado a la reconquista del campo mediante la introducción de cadenas de valor a las materias primas agroindustriales y al máximo aprovechamiento de las áreas cultivadas, de tal suerte que en vez de aumentar las fronteras agrícolas, se optimicen, y en vez de expandir las ciudades como mancha de aceite, se redensifiquen y organicen en red, para beneficio de la regeneración de los ecosistemas naturales y de la prolongación de la especie humana y demás seres vivos sobre el planeta.
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