Por: Luis Fernando Acebedo
Restrepo, Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Plazoleta Central del WUF 7 2014, Medellín. |
Ahora que la ola del optimismo
comienza a bajar después de la realización del séptimo Foro Urbano Mundial de
UN-Hábitat en Medellín, es bueno plantearse algunas reflexiones más serenas
sobre el verdadero significado de este evento para el futuro de las ciudades y
sus ciudadanos.
La llegada del discurso de la
competitividad de los mercados al escenario de las administraciones públicas ha
puesto en el primer asunto de prioridades ocupar un lugar diferenciador en
algo: la “más innovadora”, la “más feliz”, la “primera en calidad de vida”, la
que puede crear empresas en el menor tiempo posible, etc, etc. Este
comportamiento marcó sin duda buena parte de las dinámicas del WUF7 en
Medellín. La institucionalidad paisa no dejó un solo resquicio en los medios
para promocionar el nuevo eslogan de “ciudad innovadora”, luego de que el
llamado “urbanismo social” comenzó a debilitarse por cuenta del incremento de
los índices de desigualdad social en la ciudad.
En los diferentes stands del WUF7 las ciudades ofrecían al
mercado público o privado un valor agregado: finanzas saneadas, capacidad de
endeudamiento, Grandes Proyectos Urbanos para la financiación público-privada,
seguridad ciudadana controlada, interés por el medio ambiente urbano, Smart city, entre muchos otros temas de
moda. En el escenario de lo concreto, el marketing
urbano se impuso como característica casi general de la muestra que trajeron
las ciudades al Foro.
De manera paralela, y como si
estuviéramos en otra ciudad y con protagonistas distintos, en las conferencias
centrales del WUF7 el contenido discursivo era otro: equidad, resiliencia, perspectiva
de género, humanidad, inclusión, buen vivir, ciudades para la vida, espacio
público, movilidad pública eficiente. Palabras genéricas que nos sugieren un
mundo idealizado de ciudades perfectas.
La pregunta inevitable al
conectar ambas experiencias es si es posible lograr la sostenibilidad urbana en
medio de la competitividad de los mercados; si podemos garantizar ciudades para
la gente cuando los gobiernos ahora representan al mercado inmobiliario y sus
intereses; si se pueden planear e implementar proyectos urbanos integrales sin
garantizar la inclusión de las comunidades barriales en los procesos de toma de
decisiones; si el desplazamiento de los pobres de las áreas centrales de las
ciudades puede traducirse en inclusión social; o peor aún, si el mercado de
vehículos particulares tendrá algún día la conciencia de suspender o disminuir sus
ventas para garantizar el interés colectivo a un ambiente sano en las ciudades.
Quizás porque aún no se ofrecen
respuestas a estas preguntas es por lo que algunos movimientos sociales urbanos
–todavía pocos en número pero muy significativos en contenidos- realizaron el
Foro Social Urbano Alternativo y Popular. Para ellos vivir en las ciudades es
insuficiente si no se hace con dignidad. En sus palabras y a diferencia del
optimismo desbordante del WUF7, los movimientos sociales urbanos identificaron
una profunda crisis urbana que “trae como consecuencia la marginación de
quienes tienen menos y son más vulnerables, la destrucción de los ecosistemas y
la negación de toda posibilidad de democracia y buen vivir”.
Foro Social Urbano Alternativo y Popular realizado en la Universidad de Antioquia en el marco del WUF7. |
El derecho a la ciudad y al
territorio adquiere un sentido renovado toda vez que en las periferias urbanas
aún no logra resolverse la accesibilidad a los servicios públicos básicos o a
la vivienda digna. No sin razón, en Medellín amplios sectores barriales de las
laderas orientales cuestionan el proyecto de Jardín Circunvalar, entre otros
macroproyectos, cuando aún no se resuelve el problema del acceso al agua o la
mitigación del riesgo por deslizamiento de sus viviendas, por ejemplo. Bajo
condiciones aún más dramáticas, en Buenaventura las comunidades negras e
indígenas sufren la peor violencia que quizás hayan padecido en las últimas
décadas, ligado a la recuperación de las zonas de bajamar para megaproyectos
turísticos y portuarios. Estas comunidades étnicas son ahora invisibilizadas en
zonas continentales, antes delimitadas como de reserva ambiental, alejadas de
toda consideración cultural y/o simbólica. También en Manizales el
macroproyecto San José expulsa de sus zonas de residencia a más de 20 mil
habitantes de la Comuna y el centro tradicional de la ciudad mediante
instrumentos coercitivos como la expropiación de predios y el englobe de
terrenos para ser ofertados a grandes inversionistas inmobiliarios nacionales y
extranjeros.
Reivindicaciones populares en la Comuna 8, Medellín en el marco del WUF7 |
En la perspectiva de UN-Habitat
III (2016) no parece haber nada distinto que la continuidad de las buenas
intenciones y recomendaciones para alcanzar un desarrollo urbano sostenible. Nada
distinto de lo que se viene haciendo desde hace más de dos décadas en las
conferencias mundiales, sin mayor trascendencia en cambios reales y efectivos.
En cambio, el surgimiento de una mayor conciencia urbana en la base de las
sociedades organizadas evidencia la aparición de nuevos movimientos sociales
urbanos parados en la resistencia contra la ciudad neoliberal, intentando
revalorizar el derecho a la ciudad con justicia espacial redistributiva. Quizás
por ello, Naciones Unidas, la banca multilateral y las grandes corporaciones
económicas hacen ingentes esfuerzos por apropiarse de las reivindicaciones más
sentidas de los sectores populares urbanos para vaciarlas de contenido y de
paso evitar lo que ya algunos autores (Harvey y Borja, entre otros) avizoran:
la profundización de la crisis urbana y el germen de unas revoluciones urbanas
que marcarán los nuevos rumbos de la
confrontación política. Las ciudades serán el epicentro de tales rebeldías, no
como escenarios de revolución urbana, sino como la condición misma de ella.
Defender el derecho a la ciudad
para la vida digna tiene hoy unas connotaciones para la supervivencia misma de
la especie humana. Y la noción de territorio permite garantizar las condiciones
ambientales, culturales y simbólicas para lograrlo. En ese sentido, la
revolución urbana no es una opción, sino una condición para la existencia
individual y colectiva. La razón de ser de las generaciones presentes y
futuras. Las sociedades precolombinas y el sistema urbano que les dio sentido –
que también fueron motivo de consideración en la Carta Medellín- parecen
demostrar que las ciudades más consolidadas también desaparecen, a veces por
causas aparentemente ajenas a las guerras, como por ejemplo agotar las bases
ambientales que garantizan los recursos básicos para la supervivencia como el
agua, los bosques o la tierra para el cultivo de alimentos. Teotihuacán o Tenochtitlán en México son dos
casos para considerar en este sentido y sirven de espejo-reflejo en el debate
sobre la relación entre crecimiento, desarrollo y sustentabilidad. Ni los
dioses pudieron evitar la catástrofe.
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