Por: Luis Fdo. Acebedo R.
Varias personas me han retado a explicar mi visión caleidoscópica sobre el territorio, entre ellas mi hija, asidua lectora de mis columnas. Para ella van dedicadas estas reflexiones. Aunque estas ideas todavía se encuentran en proceso de maduración, quiero atreverme a arriesgar algunas opiniones para promover la discusión y el debate.
La idea surgió a partir de la necesidad de encontrar una metáfora para explicar el comportamiento del territorio en la sociedad del conocimiento desde una perspectiva sistémica, pero reconociendo la existencia permanente del conflicto. Esto quiere decir que si bien es cierto existen ciertas leyes en su devenir, su característica principal es el movimiento constante, la inestabilidad, el conflicto y la crisis. La acción de la sociedad sobre el territorio, su deseo constante de transformación, está justificada por la búsqueda permanente de un equilibrio, representado en un acuerdo colectivo en torno al deber ser y a su expresión particular sobre la organización del espacio. Allí está representada la utopía. Pero también, su naturaleza conflictual, inestable, dinámica.
El Calidoscopio, en su versión más clásica, es un instrumento en forma de cilindro, construido en su interior mediante tres espejos dispuestos como un prisma. En su interior se depositan unos pedacitos irregulares de cristal de múltiples colores. Con el movimiento circular del objeto y los rayos de luz que ingresan por uno de sus extremos, se multiplica simétricamente la imagen de los cristales en una explosión infinita de imágenes multicolores. Su carácter es sistémico, cada una de sus partes se interrelaciona dentro de unos límites determinados, produciendo composiciones infinitas de acuerdo al movimiento que se realice y a la intensidad de la luz que se filtre por los cristales.
Observando una y otra vez estos efectos, me pregunté cómo podría aplicarse una visión caleidoscópica a la comprensión del Territorio. Y en efecto concluí que la metáfora del calidoscopio ofrece posibilidades más amplias de comprensión de las relaciones complejas del Territorio en comparación con la idea del “collage” y del “fragmento” que se han empleado en estudios precedentes para explicar los fenómenos urbanos y territoriales en la globalización. En efecto, el caos como concepto que expresa una aparente liberalización de fuerzas motivadas por una nueva revolución tecnológica, tiene en el fragmento una explicación de los nuevos fenómenos de actuación sobre las ciudades y el territorio.
Zaida Muxí (2004) sostiene, por ejemplo, que la ciudad de la globalización no puede ser entendida sino a través de su constante fragmentación entre la pobreza excluida y la riqueza excluyente, y las posibilidades de reconstruirse se dan a través del montaje de los fragmentos y realidades yuxtapuestas. En este sentido, ella afirma que el collage deja de ser un mecanismo poético y deviene como el “resultado último del laissez faire de la economía liberal y del libre mercado que redunda en todos los ámbitos culturales y expresivos”.
Por oposición a esa tendencia, creemos que la metáfora del calidoscopio reconoce el fragmento como parte constitutiva de su naturaleza, pero en ningún caso como razón última. Se integra al movimiento constante y a la luz que le imprime energía, pero dentro de unos confines, si se quiere éticos, para consolidar múltiples estructuras sistémicas dentro de un universo casi infinito de posibilidades. Estas últimas, no son expresión de un caos sino de un juego sistémico de aproximaciones sucesivas en donde cada una de las partes interactúa sinergéticamente para encontrar puntos de equilibrio en un ambiente cuya naturaleza es el conflicto.
Los confines del calidoscopio son aquellos principios éticos en los cuales debe enmarcarse el Territorio a nivel urbano y regional. Existe una aceptación teórica casi universal de algunos de ellos, tales como: La Sostenibilidad, la Gobernabilidad, la Productividad, la Equidad Social, entre otros. Sin embargo, ésta no es una constante en los acuerdos colectivos. En nuestras sociedades capitalistas contemporáneas, la productividad es reemplazada por la competitividad, la sostenibilidad se cree alcanzar por un supuesto equilibrio natural de las fuerzas del mercado, la gobernabilidad sede su espacio al autoritarismo, y la equidad social se vuelve una retórica para impedir que los sectores más débiles de la sociedad caigan en la pobreza más extrema, mientras los sectores más dinámicos de la globalización neoliberal acumulan riqueza mediante las triquiñuelas de la especulación financiera.
En esa lucha constante de contrarios, se hacen una y otra vez giros caleidoscópicos para tratar de encontrar un nuevo equilibrio. A veces son sutiles, a veces agudos. Allí están interactuando por lo menos cuatro fuerzas motoras, tiempo, espacio, innovación y movimiento; cada una de ellas girando y girando hasta encontrar ecuanimidad, mesura, sensatez. El territorio es el resultado de la combinación de todas estas fuerzas en función de los principios éticos que asume la sociedad.
El tiempo se pregunta por el momento específico del desarrollo de las fuerzas productivas en una sociedad determinada. El espacio, por las características del lugar. La innovación por el uso de las técnicas y su apropiación social en el trabajo. Y el movimiento, por la velocidad de los cambios y la dinámica que los actores sociales le imprimen.
El territorio del conocimiento en esta nueva sociedad tiene el reto de encontrar su propio equilibrio de fuerzas. Yo diría, su arraigo cultural. Cada ciudad o región debe hacer sus giros caleidoscópicos según sus particulares intereses. El problema de las sociedades más atrasadas es que no han querido tomar la iniciativa, o si lo hacen, siguen un manual de instrucciones, un libreto, a la medida de otras realidades, de otros imaginarios exógenos a las características propias del lugar.
27/09/09
Doctor Acebedo, gracias por esta visión sobre el tema actual del territorio. Muy interesante para analizarla en "Subámonos al Bus del POT"
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