20 de mayo de 2010

Las ciudades como parques temáticos



Por: Luis Fdo. Acebedo R

En medio de la crisis social y productiva que caracteriza la situación del país desde hace más de una década, comienzan a surgir alternativas que probablemente resulten peores que la enfermedad. Se trata de la idea de convertir las ciudades en un gran Parque Temático. No me refiero exclusivamente a los nuevos espacios con fines turísticos que bajo esa denominación han aparecido en el Eje Cafetero, por ejemplo, y que tienen como propósito entretener a propios y extraños dentro de un área cerrada en donde se simula la arquitectura y el urbanismo de la colonización antioqueña, o aquella que se concentra en la recreación de una hacienda ganadera en donde diferentes especies animales conviven en supuesta armonía con los ciudadanos que los visitan diariamente.

En realidad, se trata de un concepto mucho más amplio, relacionado con los espacios de la representación, dentro de los cuales se construyen nuevas realidades simbólicas que sumergen a los ciudadanos en mundos artificiales recreados en pasado, presente o futuro. Es el concepto de parque temático como simulacro y espectáculo a donde se llega para huir de la cotidianidad urbana y de la ciudad monótona. Es, como diría Michael Sorkin (2004) “[…] un lugar que lo incorpora todo, la ageografía, la vigilancia y el control, las simulaciones sin fin. Con sus formas artificiosamente embusteras, el parque temático ofrece una visión alegre y civilizada del placer que suplanta al reino de la democracia pública […]”.

Bajo esta idea, el concepto tradicional de lo público que involucra las plazas y los parques como lugares abiertos para el ejercicio de la democracia y el anonimato, ahora se encuentran bajo el control de la seguridad privada, las cámaras de televisión, o simplemente al servicio de los empresarios privados que bajo la modalidad de centro comercial extienden sus puntos de venta al espacio público como única alternativa tolerable de encuentro ciudadano. Pero además, intentan con bastante éxito vender la idea de la inseguridad del espacio público y ofrecen lugares de encuentro privados que recrean el ágora en la intimidad de una escenografía para el consumo y la recreación bajo cubierta. Los niños ya no tienen otra alternativa que los nuevos “divercitys” en donde les enseñan una manera particular de ser verdaderos “ciudadanos” a partir del uso artificial del dinero y las tarjetas de crédito.

Margaret Crawford (2004) en su artículo “El mundo en un centro comercial” define muy bien esa idea de la ciudad como un centro comercial cuando afirma: “El pasado y el futuro se difunden absurdamente en el presente. Las barreras entre lo real y lo falso, entre lo próximo y lo lejano, se disuelven, a medida que la historia, la naturaleza y la tecnología son procesadas sin distinciones por la maquinaria fantasiosa del centro comercial”. Las ciudades se descomponen en una especie de caleidoscopio de imágenes fragmentadas en donde los espejos de las fachadas de los edificios se convierten en las nuevas pasarelas fashion.

Más recientemente, la salud ha entrado en el juego de la simulación con la proliferación cada vez más sofisticada de los centros de estética, los “spa” y el cultivo de una imagen de cuerpos perfectos. Ahora han ingresado a las redes globales del llamado “turismo de salud” como una de las economías emergentes más prósperas. En Pereira, por ejemplo, una ciudad con el 22% de desempleo, se comienza a construir con la participación de dineros públicos el Parque Temático de Flora y Fauna de la ciudad de Pereira, dentro del cual se desarrollará una Zona Franca de la Salud que pretende aprovechar las calidades excepcionales de un paisaje re-creado de los biomas más comunes (humedales, sabanas y bosques) de la zona intertropical de los cuatro continentes del planeta para que los pacientes-turistas de la silicona y la liposucción puedan recuperarse seleccionando el paisaje de sus preferencias.

Como correlato, los espacios que caracterizaban a la ciudad real (calles, plazas, edificios, etc.) acaban por evaporarse. Lo que los sustituye es una distopía donde no existen centros ni coordenadas espaciales que enlacen unos lugares con otros. Tan solo autopistas de vehículos e información virtual (la ciberciudad) para conectarse con los nuevos nichos del consumo. Y se supone que a través de ellas se accede a una multitud de opciones que genera una sensación de inmensa libertad (García, 2004).

La arquitectura y el urbanismo hacen su aporte con sus intervenciones asépticas, más parecidas al maquillaje, al disfraz y a la publicidad que a una recualificación de usos y actividades de quienes las habitan. Razón tiene Sorkin cuando dice que en toda América “la planificación urbana ha renunciado a su papel histórico como integradora de comunidades, y propicia un desarrollo selectivo que enfatiza las diferencias”. Bajo estos planteamientos, el urbanismo tiene una acción limitada a activar y desactivar, conectar o no conectar espacios, dado que el territorio pierde en buena medida sus posibilidades de ordenamiento, en tanto que desaparecen las expresiones de centralidad o periferia, fronteras o límites. Hay por tanto, una especie de caos en donde toman fuerza los “no lugares” y un movimiento continuo que permite la aparición de “espacios habitados en tránsito” que son los nuevos nodos de esa ciudad: Malls comerciales, terminales y estaciones, aeropuertos, telecentros, etc. Es decir, la ciudad convertida en Parque Temático.

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