10 de julio de 2009

La intrascendencia del oficio en Arquitectura

Aspecto de la Biblioteca Nacional Francoise Mitterrand. París.

Por: Luis Fdo. Acebedo R.

Una corta mirada a la enseñanza de la Arquitectura permite descifrar que luego de la creación del primer programa académico en Colombia a partir de los años 30 del siglo XX, la profesión tuvo especial relevancia hacia los años 50 bajo la influencia del movimiento moderno y los Congresos CIAM, por un lado, y de la búsqueda de alternativas concretas a la solución de problemas relacionados con la vivienda, a través del Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento – CINVA– auspiciados por la OEA y la Universidad Nacional de Colombia, por otro. En ambos casos, tanto la universidad como las ciudades se volvieron laboratorios permanentes de experimentación, y los temas de la Arquitectura en Colombia y Latinoamérica adquirieron gran relevancia nacional e internacional como puede constatarse en una significativa producción literaria de la época que aún permanece a la espera de su racionalización en los anaqueles de la biblioteca del SINDU de la Universidad Nacional en Bogotá.

Posterior a estos hechos, podría decirse que la arquitectura en Colombia entró en crisis, no solamente porque perdió el liderazgo nacional e internacional que alcanzó en aquellos tiempos, sino porque no logró trascender el nivel del oficio, perdiendo toda credibilidad como instrumento para la solución de problemas complejos. Desde el punto de vista académico, la formación en torno al oficio del arquitecto, como preocupación de primer orden, tuvo diversas implicaciones: El taller de arquitectura, en donde se debatían las grandes tendencias nacionales e internacionales y se concretaban propuestas para la solución de problemas en diferentes escalas de análisis, se redujo a un proceso mecánico y mecanicista de transmisión de habilidades y destrezas en el oficio del diseño arquitectónico. En este sentido, la perspectiva humanista y la búsqueda de liderazgo que ello implicaba en las diferentes áreas del conocimiento de la arquitectura se fueron difuminando en torno a la subdivisión en compartimentos estancos, dejándo de confrontarse con la práctica social cotidiana.

Es el momento en que los énfasis se colocaron en la práctica del oficio y no en el desarrollo de la disciplina. En la formación como especie de “artesanos” del diseño de objetos y no en el liderazgo para la solución de asuntos problemáticos del espacio y el territorio en las diferentes dimensiones y connotaciones del hábitat. Esa práctica desafortunada, también nos colocó del lado del “arquitecto y su obra” como expresión de reafirmación de la individualidad, abandonando una concepción más amplia, universal y colectiva relacionada con la “arquitectura y el hábitat humano”. En consecuencia con ello, se debilitaron o desaparecieron asignaturas que nacieron con la arquitectura, tales como el urbanismo, la historia, las teorías del arte y la arquitectura, la vivienda, entre otras, que poco significaban para la tarea de formar en la práctica rutinaria del oficio específico del diseño arquitectónico. Ellas adquirieron, en el mejor de los casos, un carácter instrumental, secundario, contextual, o simplemente, desaparecieron de los programas de enseñanza.
Pero los hechos fueron más contundentes que el inmovilismo académico en la enseñanza de la arquitectura. Mientras los programas académicos reducían cada vez más su objeto de estudio en una especie de suicidio intelectual, al concentrar sus esfuerzos en la formación de un profesional exitoso por el número de edificios diseñados a las corporaciones financieras o al diseño de la casa de un ilustre empresario o político, o la satisfacción de las excentricidades arquitectónicas de las economías emergentes, la práctica de la profesión exigía unos niveles de actuación cada vez más diversificados y casi todos ellos orientados a la búsqueda de soluciones a problemas sociales de gran impacto colectivo. Se trataba por supuesto de la recuperación del espacio público, la atenuación de los problemas ambientales urbanos, la vivienda de calidad para los sectores más pobres de la población, los equipamientos colectivos, la movilidad urbana, la renovación de las áreas céntricas deterioradas, entre otros temas que el Estado había delegado en el mercado y que obviamente el mercado había aplazado indefinidamente.

Muy tímidamente, los primeros en ver la necesidad de ampliar el campo de actuación fueron las asociaciones de arquitectos y especialmente el Consejo Profesional de Arquitectura y Profesiones Afines, quienes impulsaron la aprobación de la Ley 435 de 1998 por la cual se reglamentó el ejercicio de la profesión. Allí se definió el ejercicio profesional de la arquitectura como una “actividad desarrollada por los arquitectos en materia de diseño, construcción, ampliación, conservación, alteración o restauración de un edificio o de un grupo de edificios”. Y a renglón seguido planteó que tal ejercicio profesional “incluye (sic) la planificación estratégica y del uso de la tierra, el urbanismo y el diseño urbano”. Un gran esfuerzo, valga la pena decirlo, para una actitud tan dogmática como la que prevaleció en los años precedentes. Pero era entendible, pues luego de la Ley de Ordenamiento Territorial (ley 388 de 1997) y sus decretos reglamentarios, una buena parte de las nuevas contrataciones y concursos públicos estarían originados en aquellas temáticas que con tanta dificultad se incluyeron como parte del ejercicio profesional.

En últimas, podría afirmarse que había razones de naturaleza económica, más que disciplinares, presionando por esta apertura a nuevas áreas del conocimiento. Aún así, la academia seguía sorda y muda a estos cambios, imbuida en una torre de marfil casi impenetrable. Sólo hasta comenzar el siglo XXI las escuelas de arquitectura iniciaron la discusión sobre la posibilidad de incluir nuevos temas en la última fase de la formación profesional como una opción para brindarles a los estudiantes de últimos semestres y a sus profesores, la oportunidad de volver por los fueros de la investigación en torno al proyecto arquitectónico, urbano y territorial. Ojalá pueda seguirse avanzando en esa dirección, por que claro, hay quienes también encuentran una contradicción entre la creatividad y la investigación y defienden la idea de que ésta última sólo puede alcanzarse en el tercer ciclo de formación universitaria. Craso error.

12/07/09

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